Un día hace muchos inviernos, planeamos un viaje a Chihuahua
para pasar la navidad con unos familiares, teníamos una panel (camioneta) que nomás tenía
los asientos de adelante, en la parte de atrás acomodamos las maletas y la
hielera con comida, y en medio de los asientos pusimos dos llantas de refacción,
así que todo lo demás era una cama enorme para mis hijos, En ése entonces no teníamos
la educación de asegurar a nuestros hijos con el cinturón de seguridad.
Salimos a nuestro viaje, pasamos por la rumorosa, cruzamos
la primera sierra de Imuris a Cananea y
llegamos a Agua Prieta Sonora como a las 4 de la tarde, había nevado la noche
anterior y estaba cayendo aguanieve, hacía un frio de la patada, la camioneta
no tenía calefacción, mis hijos bien abrigaditos parecían esquimales con chamarras
de capuchón, nomás se les veían sus ojitos.
Llegamos a la estación de gasolina y mientras esperábamos
a que nos atendieran, platicaba con mi esposo si era mejor llegar al hotel y
seguir por la mañana, en eso estábamos cuando miré a un muchacho como de 16
años que llevaba algo en la mano, estaba temblando porque no traía chamarra, sólo
una camiseta, se acercaba a los demás automóviles y todos le decían que no, yo
pensé que estaba vendiendo algo, se acercó a nosotros y nos tocó la ventana, la
abrí y nos dijo que a su camioncito se le había roto la banda , que allá arriba
en la sierra que va para Chihuahua estaba su papá esperándolo y necesitaba que
alguien lo llevara
Me dio mucha ternura, porque temblaba de la cabeza a los
pies, sin pensarlo dos veces le abrí la
puerta para que se subiera y se sentó en las llantas de refacción.
Mi esposo me miró un poco serio, pero respetó la decisión
que yo había tomado.
Emprendimos el viaje y conforme íbamos avanzando me
entraron unos pensamientos negros, me empecé a asustar, (que tal si trae un
cuchillo o allá arriba en la sierra están esperando otros delincuentes).
Estaba aterrada ¡Dios mío que hice! No lo podía creer.
Avanzamos como 20 minutos, le pregunté si faltaba mucho y dijo que
estaba un poco más arriba
Fueron los minutos más eternos de mi vida, ya para ese
momento quería bajarlo a patadas, mi intranquilidad estaba hasta el tope
(seguro nos van a matar, pensé).
El muchacho le platicó a mi esposo que venían de puerto
peñasco y que traían pescado en su camioncito ( con razón no traía chamarra
puesto que venían de un lugar cálido)
Cuando llegamos ¡por fin! a donde estaba el camión, bajó
su papá muy sonriente, yo miraba para todos lados temiendo que salieran los
demás pelafustanes para robarnos y matarnos.
Se bajó el muchacho, nos dijo adiós y muchas gracias.
Respiré con alivio
cuando mi marido dió marcha a la panel.
No habíamos avanzado ni 30 minutos, cuando escuchamos un
ruido extraño abajo de la panel, algo le había pasado, nos orillamos y ya no
quería caminar, nos quedamos helados.
¡Y ahora! que vamos a hacer, empezaba más fuerte la
tormenta de aguanieve, no podíamos quedarnos a pasar la noche y no pasaba ni un
alma por esa carretera, yo creo que los lugareños saben que no deben pasar la
sierra con ese clima tan feo.
Estábamos preocupadísimos, cuando pasó el camioncito con
el muchacho y su papá.
Los miré pasar y dije tristemente – no nos vieron-
Pero de pronto vi
que se encendieron sus luces traseras.
¡Habían frenado y venían en reversa!
-¡Que pasó!- nos dijo el señor desde su camioncito, le
explicamos la situación y se bajó con su caja de herramientas en la mano.
Se metió debajo de la panel y cuando salió un rato después
nos dijo
-La cruceta se quebró, le hice lo que pude para que se
regresen muy despacito y mañana la lleven a un taller-
Nos despedimos deseándonos buen viaje y así pudimos bajar
hasta Agua Prieta, donde llegamos a un hotel y dormimos a salvo y calientitos.
Dice un dicho que arrieros somos y en el camino andamos
(Pero creo que no lo volvería a hacer, bueno, no lo sé)
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