Cuando nacemos, cosa curiosa,
tenemos los puños fuertemente cerrados, como tratando de no soltar, lo que indiscutiblemente
se nos escapará de las manos, cada día de nuestras vidas.
Comenzamos por agarrar
fuertemente la ropa de nuestra madre, cuando recibimos su pecho, después serán
nuestros trapos de juego, juguetes sonajas etc.
Pasamos a nuestros primeros pasos, con la mayor inseguridad y nos agarramos de las andaderas, paredes, de la ropa de quien pasa cerca de nosotros. Llega el primer día de escuela y parecemos lapas aferrados a nuestra mamá, quisiéramos ser pulpos para no soltarnos. Pero ni modo, es la ley de la vida y tenemos que soltarnos.
Pasamos a nuestros primeros pasos, con la mayor inseguridad y nos agarramos de las andaderas, paredes, de la ropa de quien pasa cerca de nosotros. Llega el primer día de escuela y parecemos lapas aferrados a nuestra mamá, quisiéramos ser pulpos para no soltarnos. Pero ni modo, es la ley de la vida y tenemos que soltarnos.
Así seguimos los años, ahorramos las monedas del domingo que nos
dan nuestros padres, y sufrimos cada que necesitamos aflojar el puño, para pagar
el dulce o juguete deseado. Seguimos creciendo y sentimos cada día que somos más
fuertes, que estamos dominando el mundo y sin darnos cuenta, conforme pasa el
tiempo, vamos relajando las manos, empezamos a perder esa fuerza que teníamos
a nuestra edad temprana. Ya ni el dinero lo podemos apretar, pues en cuanto
llega, ya tiene otras manos que lo están
esperando y por más que cerremos el puño, tendrá que irse.
Nos pasa con muchas cosas de la
vida, que en determinada etapa de ésta, creemos que siempre estarán ahí, pero
cada día se escaparán de nuestras manos, sin que de momento nos demos cuenta Esto pasó con las piedras bonitas de cuarzo, pirita, fósiles y muchas más, que
junté en los cerros, que visité durante muchos años. O los caracoles, estrellas de mar y hermosos
corales de diferentes colores, que me encontraba en la playa. Fue fácil
regalarlas a mis amigos, pensando en que yo podía tener más cuando yo quisiera,
hasta que un día empecé a extrañarlas, vi que no tenía una sola, y que quizá, nunca volvería a visitar nuevamente esos
lugares, lo cual no podía creer, pues eran muchas las que en un momento tuve.
Ahora paso por los museos y veo con tristeza que no supe guardar alguna para mí.
Me pasó igual con el puño de
amistades de mis etapas de la vida, relajé mucho el puño, y se fueron esfumando. Y al igual que mis piedras, siguen existiendo, pero ya no están a mi alcance. Creo que no supe hasta donde relajar mi puño, creí que mis familiares y amigos
siempre estarían conmigo, perdí la fortaleza y cada día los veo más distantes. Y viendo viejas fotos reflexioné sobre este punto.
Fue entonces que pensé… ¡óigame
no! Debo retener muchas cosas, antes de
que queden dispersas por
la vida, trataré de cerrar fuertemente mi puño, para que mi vida tenga un buen sentido,
para que los que me rodean, sientan que hay un puño firme. Para sentir seguridad
en las tares diarias, para que la mente este tranquila y libre, para emprender
nuevas tareas.
Consiente siempre, de que estamos en la vida y
nos escurrimos lentamente como la arena en el puño, que aunque apliquemos toda
la fuerza seguirá escapando.
HASTA LA PRÓXIMA
LA PATRUZKI
LA PATRUZKI
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